Fernando García, gran referente del periodismo de rock, es autor de una colección de retratos de leyendas de la música escritos. En esta nota, compartimos en exclusividad dos fragmentos de los textos sobre Brian Jones y Tanguito.
Vivieron intensamente, murieron rápido, dejaron huella. En la serie Santos y pecadores, Fernando García retrata a diez músicos y músicas que calaron hondo en el corazón de una época: Amy Winehouse, Syd Barret, Kurt Cobain, Nina Simone, Luca Prodan, Tanguito, Ian Curtis, Chet Baker, Nico, Brian Jones. Fueron vidas que se entrelazaron con la música y García las piensa, música y vida, en conjunto.
Fernando García es escritor y periodista (o arqueólogo pop, como escribe a veces en el formulario de Migraciones). Es también autor de Los Ojos, vida y pasión de Antonio Berni (2005/2009/2013), Conversaciones con León Ferrari (2008), Marta Minujín: Los años psicodélicos (2015), Cómo entrevistar a una estrella de rock y no morir en el intento (2016), Crimen y Vanguardia: el caso Shocklender y el surgimiento del underground en Buenos Aires (2017) y la serie 100 veces (Pappo, Redondos, Stones, Charly) co-escrita con José Bellas entre 2011 y 2015.
Para Leamos escribió también Diario de Tempest, su primer acercamiento a la ficción. Y en 2021 publicó El Di Tella: Historia íntima de un fenómeno cultural.
Fragmento de “Las increíbles andanzas de Mr. Shampoo” – Brian Jones (1942-1969)
Pongámonos de acuerdo en algo. Brian Jones fue reemplazado pero su lugar en los Rolling Stones nunca fue ocupado, quedó vacante. Primero lo reemplazaron por Mick Taylor, un joven que tocaba los blues con intensidad y delicadeza y cuyos rulos de ángel lo hacían ver como ricitos de oro entre las bestias. Después vino, y se quedó hasta ahora, Ron Wood, una guitarra rítmica que había prestado servicio en los Faces de Rod Stewart y cuya fisonomía gitana parecía una composición promedio de todos los otros rostros stones. De Taylor, el stone de cristal, quedaron solos de guitarra memorables que se escapan del estilo crudo de Keith Richards para instalar piezas ajenas al rompecabezas sónico del grupo. El lirismo de “Time Waits For no one” (1974), por ejemplo.
Wood completó una sociedad-suciedad única con Richards, alquimia que el tiempo no hace sino mejorar. Al punto que entre los dos, en vivo, componen un único instrumento, un músculo de electricidad chirriante. Pero ninguno de esos lugares era el que Brian Jones tenía en los Rolling Stones. Ni el del guitarrista virtuoso ni el del partynaire (socio festivo), así que lo reemplazaron pero nadie ocupó su lugar. Sus zapatos, sus botas de cuero negro en punta, quedaron vacías para siempre. Porque el lugar de Brian era el del ícono. Aun cuando Jagger y Richards establecieron el núcleo creativo, Brian asumió en su cuerpo algo que escapaba a la música a la vez que la contenía: la identidad visual de una época.
¿Cómo se reemplaza eso?
Fragmento de “Príncipe y mendigo” – Tanguito (1945-1972)
“Te pido, óyeme.” Utilizando el “tú”, con un hilo de voz, Tango o Tanguito manda un S.O.S. hacia el futuro desde los estudios TNT donde está grabando “Sutilmente, a Susana”, se cree que el 20 de octubre de 1967. Tango o Tanguito se lo está pidiendo, en principio, a Susana, una chica a la que en un tropo muy habitual del primer rock tiene que convencer de que lo acepte así como es (el molde es “Presumida” de Johnny Tedesco), de otra clase. “No cambia nada”, le dice, le canta, “que use una camisa o una corbata”.
“Sutilmente, a Susana” era una de las tantas canciones de Tango o Tanguito que habían pasado a ser parte de la atmósfera de un momento de Buenos Aires y que sobrevivían en la memoria de los pocos que lo habían escuchado cantar acompañado de una guitarra criolla más o menos desafinada. No formó parte de la escasa discografía del trovador (aunque Los Náufragos de Francis Smith grabaron en 1969 una versión insípida, olvidable) sino hasta que fue redescubierta una sesión completa de estudio en un carrete de cinta Ampex que se editó en formato de CD recién en 2010. Entonces, al fin pudo ser escuchado aquel final donde Tango o Tanguito ruega ser oído por una “cheta”. Y ese final se reveló distinto.
Treinta y tres años después, en 2010, cuando por fin se lo pudo escuchar cantar esa tonada ensoñada entre beat y folk, se entiende que lo que está pidiendo es que se lo oiga, que algo va a pasar. Es un pedido de auxilio del primero que se cayó de la balsa, del “náufrago” (en el sentido en que la bohemia porteña usaba el término) al que el mar se lo tragó de veras, sin metáforas. Pero sí, como lo pide, hay que oírlo, porque el arte de Tango o Tanguito es único, un diamante en bruto. Breve, brevísimo, soplo de eternidad.
FUENTE: http://www.infobae.com